UPon Conversación #4 con Maïmouna Jallow (Kenya)
La narración oral como estrategia para navegar contextos urbanos (ES)
fecha de grabación: 08.02.2023
Maïmouna Jallow es una artista multidisciplinar y creadora de contenido que trabaja para preservar la tradición de la narración oral africana. En 2018 editó Story Story, Story Come (Pavaipo/Ouida Books), una antología de doce cuentos tradicionales africanos reimaginados que fueron presentados en bibliotecas, centros cívicos y en el espacio público.
En 2021 dirigió Tales of the Accidental City, un largometraje experimental cuya trama tiene lugar en Zoom. Sin dejar que la audiencia vea la ciudad, la película explora a través de las experiencias de sus personajes cómo es la vida en una metrópolis africana.
UPon: Estás recuperando el antiguo arte de la narración oral al reimaginar leyendas, historias tradicionales y mitos africanos desde una perspectiva contemporánea y feminista. ¿Cómo empezaste a trabajar como narradora oral feminista?
Maïmouna: Cuando llegué a Kenia quería que mi hijo pudiera acceder a los relatos kenianos, que viese el mundo a su alrededor reflejado en los libros de cuentos que leíamos juntxs, y me impresionó lo difícil que resultaba encontrar historias tradicionales, porque lo que había eran libros similares a la serie de televisión Los cuentos de Tinga Tinga, es decir, historias ilustradas de una forma muy bonita, inspiradas en relatos tradicionales africanos, pero producidas por una compañía del Reino Unido. Otro problema que encontré fue que las historias publicadas a nivel local estaban cargadas de texto y tenían muy pocas ilustraciones, así que no eran muy atractivas para niñxs pequeñxs de entre tres y seis años. Y existe esta creencia de que en África la mayor parte de la población hemos tenido la oportunidad de sentarnos con nuestra abuela debajo de un baobab a escuchar historias, o algo por el estilo. Pero la realidad es que para muchxs de nosotrxs eso tampoco forma parte de nuestra tradición, porque hemos crecido en ciudades. Así que lo que me animó a buscar historias populares fue este sentido de la urgencia, en particular, en cuanto a las tradiciones orales, que pasan de generación en generación. Tuve la sensación de que cuando esta generación muriese, perderíamos estas historias con ella. Al comienzo empecé por algo pequeño: decidí ir a Zanzíbar, por una parte, porque está cerca de Kenia, pero también porque no es una isla muy grande. Pensé que allí las historias tal vez se hubiesen conservado por el hecho de que está un poco aislada y es un sitio pequeño en el que las tradiciones se viven mucho. Pero me quedé atónita. Gran parte de la memoria histórica se había perdido. Hablé con distintas personas, con gente mayor, y les pregunté si compartirían conmigo historias que hubiesen escuchado en su infancia. Entonces conocí a este magnífico poeta, Haji Gora Haji, que rondaba los ochenta años y tenía todo un tesoro repleto de historias. En sus comienzos había sido pescador, y me dijo que hacía mucho alguien se había burlado de él echando mano del proceso de estas historias. Así que había caído en la cuenta de que, para replicarle, debía hacerlo en forma de historia. Entonces pasó de ser tan solo un pescador a ser un narrador oral. Me contó, también, que en aquel sitio sus historias no le interesaban a la gente. Las únicas personas que se habían interesado por recopilar sus historias y entrevistarlo eran foráneas. Así que abandoné Zanzíbar con un verdadero sentido del poco valor que le damos a esta tradición tan importante, a este legado que podemos dejarle a nuestra descendencia. Porque las narraciones orales no son meras historias. No existen en un espacio vacío. Son, en cierto sentido, de suma importancia para que la gente de cualquier edad, también la adulta, aprenda a navegar por la sociedad que la rodea, para que aprenda normas culturales. Recuerdo que una de las historias que me contó trataba sobre una liebre que había engañado a una tortuga; le había vendido unas tierras que estaban en la playa, cuando había marea baja. Esta era una manera de enseñarle a la comunidad que se cuidase de los timos de vendedores sin escrúpulos. Daba lecciones muy concretas, que hablaban del contexto físico en el que la comunidad vivía en ese momento. Recuerdo que le conté esta historia a un grupo de niñxs que, como no vivían junto al mar, se quedaron confundidxs porque no entendían cómo funcionan las mareas. Ese es el motivo por el que me involucré, además, en este proceso de decir que sí, que es maravilloso preservar estas historias populares, pero que hemos de reimaginarlas en un contexto que tenga sentido para lxs niñxs de hoy en día. De forma que, si las cuentas en un entorno urbano, ¿cómo puedes narrarlas para que unx niñx que jamás ha visto el mar entienda la moraleja?
En Zanzíbar, una de las cosas que más me impresionaron respecto a la narración oral y a su pérdida fue el impacto de la televisión, pero también del éxodo del pueblo a la ciudad, y la desintegración de la familia extensa, porque cuando la gente se muda a una urbe y todos los integrantes de un núcleo familiar trabajan, el contar historias es una de las primeras cosas que se pierden. Así que a mi regreso a Nairobi pensé que estaba realmente interesada en entender cómo podríamos conservar la forma, pero con algún tipo de historia diferente. Y esto puede ser sumamente controvertido. Hay narradorxs orales que creen que no se puede jugar con lo que es una historia tradicional, y yo no estoy del todo de acuerdo. La sociedad cambia todo el tiempo; si somos capaces de ver que esta es una forma que no perdurará en su estado actual, ¿por qué no intentamos encontrar maneras nuevas de presentársela al público y de interpelar a la audiencia? Fue entonces cuando empecé con el proyecto con el que, al final, hemos publicado Story Story, Story Come!, una antología de doce relatos populares de África reimaginados.
Otra cosa de la que me di cuenta en las historias que escuché en Zanzíbar fue que en muchas de ellas los protagonistas eran hombres o niños. Además, a veces el mensaje no era el que hoy querríamos desde una perspectiva feminista, por eso pusimos especial cuidado en que la mayoría de les protagonistxs de Story Story, Story Come! Fuesen heroínas. Hay un cuento en el que una niña pequeña que es ciega, de la cual a lo largo de su vida siempre se pensó que no valía nada, les quita el miedo que las niñas y los niños le tienen a un monstruo convenciéndoles de que cierren los ojos. Básicamente, la fortaleza de que su ceguera en realidad le daba otro poder, el sentir a través de otros sentidos, lo cual viene a decir que la niña no tenía miedo de algo tan grotesco y era capaz de ver más allá de lo físico.
UPon: Has trabajado como corresponsal de la bbc y para diversas ong. ¿De qué manera ha influenciado tu oficio de narradora? En una entrevista de la bbc has dicho que «las narraciones orales han sido siempre una forma vital de transmitir información importante, o lecciones, y de esta manera, es frecuente que estén enraizadas en sitios y contextos específicos». ¿Cómo te acercas a la gente y a los lugares que aparecen en tus historias?
Maïmouna: He intentado sacar partido de ser enviada a diferentes sitios como corresponsal. El rol de tu contacto local, de la persona que arregla las cosas, es muy importante, porque vienes de fuera. Visto así, para mí era relevante que dicha persona fuera artista. En estas comunidades no es que te acercas a la gente y le pones un micrófono en la cara. Ese es un problema que tengo con la forma en que se comporta la prensa foránea y la prensa en general en estos países. Hay una falta de respeto por el espacio privado, por el consentimiento. Así que me tomo mi tiempo. Alguien como Haji Gora Haji, que es un anciano, no es que me encontrara con él una vez y nos sentáramos y le pidiese que me contara todas sus historias. En realidad fue un proceso de vernos varias veces, de ir a su casa, y también de apoyarlo, comprándole un ejemplar de su libro de poesía. Puesto que, desde luego, tienes una ética que dicta que en realidad no puedes pagar por el material. Pero, al mismo tiempo, se trata de algo con lo que siempre he tenido que lidiar. Trabajar con comunidades muy desfavorecidas y tomar algo de ellas esperando no dar nada a cambio, creo que esa es una noción muy occidental, en el sentido de que apenas llegas ya extraes información. Recorríamos la isla, pasábamos tres o cuatro días en cada lugar, pasando tiempo de verdad con la gente para conocerla, hablando con la gente. También, asegurándonos de que al dejar un lugar conserváramos un vínculo, porque al final, este material es suyo, este contenido es suyo, y sin ellos, no existiría.
Con Médicos sin Fronteras llegué a conocer mi continente de una manera que nunca habría conocido como mujer de clase media africana. Porque vives en tu burbuja de confort relativo y no hay razón para que vayas a un campo de refugiados si no tienes nada que hacer allí. Por otra parte, trabajar con msf hizo que me preguntase de verdad cuál es el rol de las ong internacionales. Desde luego que tiene que haber una solidaridad global y una intervención en crisis humanitarias, pero cuando la ayuda pasa a ser ayuda para el desarrollo absuelve de responsabilidad a nuestros gobiernos. Al final de mi período con la bbc y msf pretendía contar otro tipo de historia y no quería que mi trabajo me dictase cuáles había de contar. También quería recuperar el amor por escribir, que para empezar es lo que me había llevado a ser periodista. Fue por eso que decidí seguir el camino más tradicional de la narración oral.
UPon: Tú también actúas en espacios públicos. En relación al vínculo emocional que se establece a través de las historias y de la cualidad democrática de tus narraciones, ¿podrías describir el momento colectivo que tiene lugar entre el público? ¿En qué se diferencia de los teatros? ¿Cómo interactúa el público entre sí y con las historias?
Maïmouna: Me encanta actuar en espacios públicos porque la gente que pasa se puede parar a escuchar. Poder contar una historia en un espacio público es parte del encanto de volver a la tradición de acuerdo a la que una historia le pertenece a cualquiera de forma colectiva. Quisiera mencionar que conté Shela’s Journey en Jamestown (Acra). Escribí esta historia cuando Eric Garner fue asesinado por la policía en Estados Unidos. Vendía cigarrillos a la puerta de una tienda de barrio y fue asesinado por estrangulamiento. Fue Garner el que dijo once veces «No puedo respirar» seis años antes de que George Floyd también fuese trágicamente asfixiado por la policía de Estados Unidos. Recuerdo que estaba en Kenia en ese momento y me sentí muy afectada por la brutalidad del acto, y al recordar los vínculos que hemos tenido con Estados Unidos a lo largo de la historia, como por ejemplo la relación entre el movimiento por los derechos civiles en ese país y los movimientos por la independencia en África, me pregunté por qué en África no había una respuesta de ira feroz. Me preguntaba adónde había ido a parar esa solidaridad. Entonces escribí Shela’s Journey, un cuento sobre una niña pequeña que parte a la búsqueda de su madre y de su padre, secuestrados y esclavizados. En el viaje llega a Brasil, donde encuentra a su madre en una plantación esclavista y le pregunta: «¿Qué podemos hacer para asegurarnos de que nuestra gente aquí sepa que todavía tiene un hogar, que todavía tiene un nombre, que sus ancestros no la han olvidado?». Y la madre le responde: «Haremos un banquete». ¿Sabes? Entre Brasil y África hay tantas similitudes en cuanto a la comida que para la gente que ha sido arrancada de su tierra y ha tenido que sobrevivir en otros lugares, el hogar y el territorio pueden, en realidad, sobrevivir en cosas como la comida, la música y el baile. Así que con esta historia quería mostrar nuestras semejanzas. Tarde o temprano Shela llega a Estados Unidos, y cuando encuentra a su padre, que yace en el suelo inmovilizado con una llave de estrangulamiento, corre a su lado y le dice: «Recuerda que todavía tienes un hogar, que todavía tienes un nombre. Nuestros ancestros no se han olvidado de ti». Nadie sabe si el padre de Shela encontrará algún día el camino de regreso a casa. Pero la gente jura que desde la isla de Gorea hasta Chicago, desde Berlín hasta Dakar, todavía escucha la canción de ella cuando sopla el viento, de forma que seguimos vinculados. Fue muy potente narrar esa historia en Ghana, en Jamestown, donde hay un fuerte en el que la gente capturada esperaba encadenada hasta ser transportada en el comercio de esclavos transatlántico, porque sentí de verdad que era como si mis ancestros estuviesen conmigo y que en cierto sentido estábamos reviviendo su historia.
Cuando actúas en un espacio público así, el contexto no es algo que controles. Tienes que hacerte a la idea de que no todo el mundo estará cautivado. Pero cuando consigues conectar con algunas de esas personas es verdaderamente increíble. Además, tenemos que enseñar modales. Recuerdo actuar en Nairobi cuando pasó un grupo de estudiantes que se detuvo, la maestra hablaba por teléfono sin parar mientras yo estaba contando el cuento, y tuve que parar y decirle: «Disculpe, ¿podría seguir con la llamada en otro lugar?». Tenemos, además, que volver a enseñar lo que significa una escucha activa, porque el cuento existe únicamente si tenemos quien lo narre y quien lo escuche.
UPon: En un texto que has escrito sobre Shela’s Journey dices que el cuento es un recordatorio de África como una totalidad, a pesar de que hay una diáspora africana. Te refieres a África no solo como un lugar físico, sino como un lugar en el alma. Por otra parte, África es un territorio muy vasto con diferencias significativas entre sus regiones. Tal vez podrías contarnos cómo funciona este imaginario de un hogar lejano.
Maïmouna: Dada la historia del continente africano, en la que millones de personas fueron arrancadas de sus orígenes y dispersadas por el mundo, hay un sentimiento, una sensación de desarraigo, pero al mismo tiempo, hay un anhelo por algo del pasado, por algo ancestral, la diáspora negra lo siente de verdad. El año pasado dirigí un taller creativo en Brasil al que asistieron principalmente afrodescendientes e indígenas. Y lo que me impresionó en el proceso fue que, si bien yo venía de África, entre la gente del taller hubo una conexión muy importante. Había un deseo de conectar como pueblo y de decir que sí compartimos una historia en común, aunque se remonte cien años atrás o cuatrocientos. Y, en realidad, es irónico, hoy en día compartimos los mismos problemas. Estés en San Pablo, Nueva York o París, muchas veces, cuando caminas por el mundo con esta piel, los problemas a los que te enfrentas son muy parecidos. Así que, aunque no estemos en el mismo lugar físico, nuestras historias todavía son un gran vínculo para nosotrxs. Creo que pueden suceder cosas muy poderosas cuando conectamos como pueblos de la diáspora sin ningún tipo de intermediarios. Hay un conocimiento exiguo, incluso entre las gentes prevenientes del continente africano, sobre lo que África es hoy en día. Creo que asegurar que no nos conociéramos entre nosotrxs ha sido parte de una agenda política deliberada porque nuestra unidad supone un peligro. En los años sesenta, los setenta, con nuestras jóvenes independencias, parecía existir un deseo más intenso de conectar como una diáspora negra que atravesara los territorios. Pero, con el capitalismo global, al final lo importante era aferrarse al poder y establecer acuerdos de comercio. Y cuando antepones el poder y el lucro a la gente, entonces lo que sucede es que, de alguna manera, nos dispersamos y perdemos esos vínculos.
UPon: En tu película Historias de la Ciudad Accidental (Tales of the Accidental City) reúnes a cuatro personas de diferentes estatus sociales. ¿Qué posibilidades hay de que gente tan diversa se encuentre en el espacio urbano de Kenia? Y, ¿qué tipo de dinámicas pueden llevar a que se junte?
Maïmouna: Una de las cosas que más me impresionó cuando al principio me mudé a Nairobi fue lo estratificada que era la ciudad. Crecí en África Occidental, en Togo, y en los años ochenta Togo no era un país rico, pero sentías que era una sociedad más igualitaria. Desde luego, había diversos niveles de privilegios, pero todas las personas vivíamos juntas en una comunidad. Si bien sabíamos que teníamos diferentes cantidades de dinero, había una interacción, la pobreza no se escondía por ahí. Y al llegar a Nairobi estaba tan impresionada por los barrios increíblemente ricos que había… y pegado a ellos un barrio marginal separado por una línea invisible. Si cruzas esa línea estás en un mundo diferente. La gente que habita en esos barrios desfavorecidos es con frecuencia la que trabaja y sirve para esta otra gente. Se trata de un apartheid del que no hablamos. Quizás, porque tenemos el mismo color, pero eso no lo hace diferente. Es por eso que digo que en Historias de la Ciudad Accidental es muy inusual que un personaje como Louis, que es el nieto del primer alcalde de Nairobi, esté sentado del otro lado de la mesa y su palabra valga lo mismo que la de una trabajadora del servicio doméstico, ya que, por norma general, si estuviesen en el mismo espacio, se daría en buena medida la misma dinámica de poder que la de «yo soy el jefe supremo y tú la servidumbre». El hecho de poder hablar y tener el mismo derecho a la palabra en la misma plataforma es algo que sucede veces contadas. Es por eso que era importante para mí juntarlos en esta especie de habitación, para ver qué tipo de conversaciones tendrían, y para darle a Jacinda, la trabajadora doméstica, que en cierto sentido representa la conciencia de la sociedad, la voz de la gente, la oportunidad de decirle la verdad a la cara al poder, porque para nosotrxs hay muy pocas oportunidades de hacerlo.
UPon: Historias de la Ciudad Accidental trata sobre gente que gestiona su ira de una forma u otra. ¿Crees que los espacios urbanos, en general, están preparados para que demostremos nuestras emociones en público? Y si es así, ¿a qué tipo de emociones crees que dan lugar? ¿El espacio público puede ser un espacio para canalizar o transformar estas emociones?
Maïmouna: Creo que los espacios públicos en ambientes urbanos, por el hecho de que suelen estar congestionados de gente, inhiben la expresión personal. Es por eso que las iglesias y las mezquitas se han vuelto espacios tan importantes de los ámbitos urbanos, porque es a estos lugares adonde acude la gente para aliviarse emocionalmente. Pero apenas existe un espacio para que hablemos de nuestro dolor, nuestra ira, nuestras frustraciones. Además, hemos perdido el sentido de comunidad. Cuando vives en tu propio pueblo o una comunidad muy unida, un problema se comparte y hay una comunidad dispuesta a ayudarte. Pero cuando llegas a una urbe como Nairobi, si llegas a uno de sus barrios deprimidos, activas en el acto el modo de supervivencia. Las ciudades son sitios hostiles. Si careces de un determinado poder económico son lugares opresivos.
Hay una expresión africana, proviene del pueblo akan de Ghana, y es un símbolo, la palabra que lo representa es sankofa. Sankofa se representa como un ave cuyas patas apuntan hacia delante, pero cuya cabeza mira hacia atrás. La filosofía subyacente es que no hay que tener miedo de volver a buscar lo que quedó atrás. Quiere decir que, aunque vayamos hacia delante es muy importante recordar lo que dejamos atrás. Tantas de las soluciones a los problemas contemporáneos están en el pasado. Como, por ejemplo, nuestra forma de vida de antes, cómo apoyaba la arquitectura a la familia y a la comunidad. En Togo, la mayoría de las casas tenían un recinto enorme y las habitaciones de la gente eran para ir a dormir, todo lo demás tenía su lugar en un espacio comunal. Eso significa que siempre había otras mujeres que ayudaban; por ejemplo, se aseguraban de que las madres jóvenes cuando acababan de parir tuviesen suficiente comida, que supiesen amamantar. Y creo que las mujeres, en particular, hemos perdido muchísimo como resultado de la arquitectura y la vida actual, porque estamos muy aisladas en momentos críticos, como después de dar a luz. Y eso no sucedía históricamente.
UPon: Hablando de espacios de comunidad, momentos y cómo reconectar esos momentos a espacios que ya no forman parte de la vida diaria de una ciudad, en una entrevista mencionas el rol de la ecologista Wangari Maathai, la primera mujer africana que ha ganado el Premio Nobel, y su lucha para proteger el parque Uhuru del centro de Nairobi. ¿Hay alguna red de artistas, arquitectxs, urbanistas o activistas urbanxs como Urbane Praxis que luchen por una ciudad más solidaria y diversa?
Maïmouna: La organización PAWA254 que dirige Boniface Mwangi, un importante activista de Nairobi, ha sido un espacio muy importante en esta última década, ha unido a grafiterxs, gente que trabaja en problemáticas sociales diferentes, todo tipo de artistas. Y se debaten muchas cuestiones en ese espacio.
Existen otros espacios como ese, como el Creatives Garage y la librería Cheche, todos independientes, espacios de iniciativas privadas, donde la gente intenta crear espacios abiertos, que permitan el diálogo y que la gente se reúna en grupo.
La organización Book Bunk, además, está renovando la biblioteca McMillan, una antigua biblioteca enorme del centro de Nairobi, construida en tiempos coloniales, que estuvo en un estado de abandono durante muchos años. Más allá de mantener un buen catálogo de libros antiguos e incorporar nuevos, está creando espacios para la narración oral, la poesía y las performances. Creo que se trata de la primera vez que se ve la renovación y la apertura a todo el mundo de un gran espacio público de este tipo, y, al mismo tiempo, un esfuerzo concertado para asegurar que no se dirige a un determinado grupo de personas, sino que le pertenece de verdad a la ciudad.
UPon: ¿Cómo se relaciona la juventud urbana con el contenido de las historias reimaginadas?
Maïmouna: Bueno, creo que es un hecho que está arraigado en su memoria histórica, hasta en sus cuerpos. Así que lxs jóvenes conectan muy rápido con las historias. En 2019 organizamos un festival de la narración oral al que invitamos a narradorxs de diversos países. Actuaron en una biblioteca pública de Buruburu. Había cientos de niñxs que se quedaron absolutamente fascinadxs. Tal es así que, cuando la gente dice que la narración oral está muriendo, porque a los niños y a las niñas no les interesa, se trata de una excusa peregrina. Todavía tengo que encontrar un grupo de niñxs al que le digas «Dejad que os cuente una historia» y te responda «No, mejor nos vamos a jugar a la Playstation». No les estamos dando la oportunidad. Así que en Buruburu también empezaron a bailar con nosotrxs, ya sabes, bailar y cantar es una parte de suma importancia en la narración oral africana. Y cuando tienes a un narrador como Usifu Jallow, de Sierra Leona, que además es un baterista impresionante y trae consigo canciones, es divertidísimo. Y luego también fuimos a uno de los barrios más desfavorecidos de Nairobi: Mathare. No hay muchas actividades específicas para niñxs, por eso para ellxs estas actividades son momentos importantes. Creo que culturalmente estamos acostumbrados al llamado y la respuesta. Así que reaccionan riéndose, y si te acercas demasiado se van corriendo. En buena medida, es un tipo de experiencia participativa.
Interview with Maïmouna Jallow, Lorène Blanche Goesele, Valeria Schwarz
Transcript edition: Lorène Blanche Goesele, Valeria Schwarz
Translation EN to ES: Bruno Mattiussi
Graphic design: Stephanie Becker
Public Relations: Lorène Blanche Goesele, Tomma Suki Hinrichsen
With many thanks to the team Netzwerkstelle Urbane Praxis!
This series of talks is supported by the Senate Department for Urban Development, Building and Housing as part of the expansion of the Netzwerkstelle Urbane Praxis, carried out by Urbane Praxis e.V.